Fue una entrevista diferente. Por más de tres horas reímos con Cándido, el padre de René González Sehwerert, escuchando sobre las conversaciones que sostiene con su hijo durante las visitas en las diferentes prisiones de Estados Unidos donde ha permanecido en los últimos años.
Cándido es vital, enérgico, simpático, y aunque tiene muchas anécdotas que dicen un poco de su “mal carácter”, todo ello desaparece cuando observas las fotos que tiene junto a su René en prisión.
Una honda tristeza se percibe en su rostro: “Pero me fortalece saber que él está cumpliendo con su deber, que está haciendo lo que yo hubiera querido hacer.
“Nunca he coincidido un tercer domingo de junio con él desde que está preso; ese día casi siempre me llama por teléfono, guarda unos minutos para mí. Ese es mi regalo. Y no recuerdo muchas cosas del último de esos días que pasamos juntos, de lo que sí estoy seguro es de que fue en el Cotorro, en casa de Irma, allí casi siempre hacíamos las actividades en familia”.
VOLVÍ A ESTADOS UNIDOS POR RENÉ
Durante sus años mozos, Cándido René González Castillo fue a Estados Unidos buscando mejores condiciones de vida. “Me hicieron un contrato para jugar pelota. Cuando llegué no hice equipo y, junto a otro compañero, decidí ir a Chicago, donde él tenía unos parientes. Me quedé ilegal, allí conocí a Irma Sehwerert, nos casamos y nacieron René y Roberto.
“Yo odiaba la política, no había olvidado la politiquería que había en Cuba con aquellos gobiernos que te ofrecían villas y castillos y después nada. Y aunque no podíamos decir que éramos comunistas, Irma y yo empezamos a apoyar a la Revolución desde EE.UU. Vivimos una intensa lucha contra los siquitrillados, hasta que después de Playa Girón la vida se nos hizo muy difícil y decidimos regresar definitivamente.
“Yo tenía razones para tener mal carácter; ahora los jóvenes no tienen por qué tenerlo. Rene también era muy explosivo, pero ahora él se asombra conmigo y yo con él. Nos reímos los dos cuando estamos juntos en las visitas, contándonos las cosas que pasaron.
“Volví a Estados Unidos por lo de Rene. A mí ni siquiera me interesó nunca hacerme ciudadano norteamericano, pero desde el 2001, voy a visitarlo una vez al año.
“Esta última visita que hicimos en febrero pasado fue la mejor de todas; nos sentamos alrededor de una mesita al aire libre. La gente le huye a esa área por el frío, por el sol, pero nosotros la aprovechamos; afuera uno se siente un poco más libre. Le había dicho unos días antes: ‘Oye, no te vayas a mover de ahí el domingo que vamos a la visita’, y me dijo: ‘No te preocupes, yo los espero’.
“Hablamos mucho de Cuba, de la gente, de las situaciones; nos reímos muchísimo, nos burlamos de los gordos, de los flacos, de todo. Hablamos de la televisión, de política. Roberto, mi otro hijo, le comentó que esa última había sido la mejor visita, ‘parece que la visita de Ivette te puso más arriba’, y enérgicamente le respondió: ‘Más arriba no, yo me mantengo igual aquí con Ivette o sin ella’.”
Y esta hondura de carácter la manifiesta también en los conceptos expresados en sus escritos: “La mejor victoria personal es dejar el mundo sin que nos hayan aplastado los tropiezos. El mejor fanatismo es el de la alegría”.
De los malos momentos que Cándido recuerda en su vida está el instante en que supo que su primogénito había traicionado a la Patria.
“Llegaron Irma, Roberto y su esposa. Él me llevó para el cuarto y me dio la noticia: ‘Rene se fue para los EE. UU., se llevó un avión’. Le pregunté: ¿llegó? Y me dijo sí, llegó. Sólo le dije: esa fue su decisión; si está bien lo demás no importa. Ni la madre, ni Roberto ni yo estuvimos muy seguros de que fuera un traidor.
“Había compañeros míos de la fábrica que sabiendo la formación de mis hijos me decían que Rene no podía ser un traidor, y yo les decía que sí lo era; pero en el fondo... tú criaste a un muchacho, sabes sus condiciones: él estuvo en los Camilitos, se incorporó voluntario al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce, pasó el servicio, cumplió misión en Angola. Tenía obsesión con la aviación.
A MI PADRE
No cabalgo como antes en tus hombros/ cual jinete juguetón y displicente/ ni me llega tu palabra, sabia fuente/ a enterrar mis dudas o paliar asombros/ ya la guía de tu mano, recta y fuerte/ no señala cada piedra en mi camino/ Heme aquí solo, sorteando mi destino/ Yendo solo con cada cita con mi suerte/ ¿Dije solo? Oh, perdona el desatino/ es de justos no pecar de pesimistas/ nadie emprende, de la vida la conquista/ gravitando sin legado hacia su sino/ y en el mío, yo no sé cuantas aristas/ a mi paso encontraré mientras cabalgo/ pero tengo la certeza, sin embargo/ de que solo no estaré mientras exista/ Pues me queda de tu andar el paso hidalgo/ Y del tope de tu mano la firmeza/ Aún conservo de tu herencia la entereza/ Y es tu verbo la oración de que me valgo.
Felicidades/
Renecito
“Antes de irse, él empezó con unas cositas, criticando un poco algunas situaciones, se dejó crecer la barba; a veces se ponía pesa’o y yo quería meterle un gaznatón. Me aguantaba, porque delante de mí, ni él ni nadie puede hablar en contra de la Revolución. No llegamos a tener un enfrentamiento porque íbamos a romper definitivamente, pero yo por la Revolución rompo con quien sea”.
También hubo otro momento muy duro para Cándido. “Yo estaba trabajando cuando fueron a decirme que lo habían cogido preso, era el 15 de septiembre de 1998. Fue una mezcla de alegría y dolor, fue un impacto del carajo tener un hijo preso conociendo ese lugar. “Por otro lado, lo que tú más o menos imaginabas, se te da: tu hijo es revolucionario y está ahí por la Revolución. Es una mezcla difícil de descifrar, pero estaba más contento que disgustado, de verdad. Saber que está ahí por una causa.Cuando sacas la cuenta de tantos hombres que a través de la historia y de este proceso revolucionario han muerto, podemos sentirnos satisfechos de que está vivo y de que lo podemos ver aunque sea una vez al año.
“Un revolucionario tiene que ser consecuente; si Rene es así con su posición y su ideología, estoy satisfecho; lo que no hubiera querido es que fuera al revés; ante la posición de Gerardo, Fernando, Ramón, Tony y Rene, me siento fortalecido. Tanto Irma como yo nunca hemos aspirado a nada personal, hemos cumplido con la Revolución en todos los momentos que nos ha tocado; a él lo que le toca es eso.
“Y tengo una convicción: las madres de estos muchachos son madres de verdad, extraordinarias, lo han demostrado toda su vida, pero en estos nueve años se han crecido”.
EL EJEMPLO QUE LO HA INSPIRADO
La mejor herencia que tiene René González Sehwerert es el patriotismo y los valores que le inculcaron sus padres. Así lo confirmó un día desde la prisión: “... llegue un beso al hombre que más he querido siempre imitar, y cuyo ejemplo ha inspirado cada uno de los pasos que en mi vida más me enorgullecen”.
A Cándido siempre le gustó estar en familia; esa unidad es imprescindible, y ha mantenido siempre las mejores relaciones con todos sus hijos y con cada una de sus familias. “Mi forma de ser no se limita a la familia, nunca he tolerado las divisiones, parece que fue la crianza que recibí en mi casa, me gusta la gente del barrio, la unidad del negro y el blanco; nunca me gustó el abuso ni la injusticia y mucho menos la sociedad en la que vivíamos.
Esas cosas parecen que fueron pasando a los muchachos sin decírselo, y las escuelas también ayudaron en la formación de ellos”.
Mas Cándido, quien se declara un sentimental, expresa: “Durante los meses que Rene y sus compañeros estuvieron en el hueco, pensaba en él como pienso ahora, pero se me va por encima el sentimiento de que está cumpliendo con su deber”.
Nos comenta que René tiene mucho trabajo en la prisión, que dedica gran parte del tiempo a contestar la correspondencia y que cuando le escribe a sus hijas Irmita e Ivette, les dice que no vayan a pensar que por ser hijas de él tienen que tener privilegios; les pone el ejemplo de Jesús Suárez Gayol y de los otros hombres de la guerrilla del Che que murieron; eso no les da ningún derecho.
Con mucha alegría Cándido recuerda ahora el día en que vio por primera vez a su hijo en prisión: “Iba pensando que me iba a echar a llorar... —Irma y yo estábamos igual—. Hacía 11 años que no lo veía, y René salió por aquella puerta con los brazos abiertos, como si viniera de jugar a la pelota, de una fiesta, con una gran sonrisa y nos animó.
“Empezamos a hablar, imagínate todo lo que había que hablar y es lo que él dice: ‘esta gente no me pone el pie arriba, voy a salir mejor que como entré, tanto física como mentalmente’.
“Cuando salieron del hueco, después de 17 meses, hablamos por teléfono y me dijo: ‘Oye, compadre, estaba en un hotel cinco estrellas’. La segunda vez salió igual, me dijo: ‘compadre, ya yo me estaba acostumbrando al hueco’... él dice cosas de allá para acá y yo se las digo de aquí para allá. Él sigue igual que los demás. Con los Cinco no hay arreglo”.
“Esta última visita que hicimos en febrero pasado fue la mejor de todas; nos sentamos alrededor de una mesita al aire libre. La gente le huye a esa área por el frío, por el sol, pero nosotros la aprovechamos; afuera uno se siente un poco más libre. Le había dicho unos días antes: ‘Oye, no te vayas a mover de ahí el domingo que vamos a la visita’, y me dijo: ‘No te preocupes, yo los espero’.
“Hablamos mucho de Cuba, de la gente, de las situaciones; nos reímos muchísimo, nos burlamos de los gordos, de los flacos, de todo. Hablamos de la televisión, de política. Roberto, mi otro hijo, le comentó que esa última había sido la mejor visita, ‘parece que la visita de Ivette te puso más arriba’, y enérgicamente le respondió: ‘Más arriba no, yo me mantengo igual aquí con Ivette o sin ella’.”
Y esta hondura de carácter la manifiesta también en los conceptos expresados en sus escritos: “La mejor victoria personal es dejar el mundo sin que nos hayan aplastado los tropiezos. El mejor fanatismo es el de la alegría”.
De los malos momentos que Cándido recuerda en su vida está el instante en que supo que su primogénito había traicionado a la Patria.
“Llegaron Irma, Roberto y su esposa. Él me llevó para el cuarto y me dio la noticia: ‘Rene se fue para los EE. UU., se llevó un avión’. Le pregunté: ¿llegó? Y me dijo sí, llegó. Sólo le dije: esa fue su decisión; si está bien lo demás no importa. Ni la madre, ni Roberto ni yo estuvimos muy seguros de que fuera un traidor.
“Había compañeros míos de la fábrica que sabiendo la formación de mis hijos me decían que Rene no podía ser un traidor, y yo les decía que sí lo era; pero en el fondo... tú criaste a un muchacho, sabes sus condiciones: él estuvo en los Camilitos, se incorporó voluntario al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce, pasó el servicio, cumplió misión en Angola. Tenía obsesión con la aviación.
A MI PADRE
No cabalgo como antes en tus hombros/ cual jinete juguetón y displicente/ ni me llega tu palabra, sabia fuente/ a enterrar mis dudas o paliar asombros/ ya la guía de tu mano, recta y fuerte/ no señala cada piedra en mi camino/ Heme aquí solo, sorteando mi destino/ Yendo solo con cada cita con mi suerte/ ¿Dije solo? Oh, perdona el desatino/ es de justos no pecar de pesimistas/ nadie emprende, de la vida la conquista/ gravitando sin legado hacia su sino/ y en el mío, yo no sé cuantas aristas/ a mi paso encontraré mientras cabalgo/ pero tengo la certeza, sin embargo/ de que solo no estaré mientras exista/ Pues me queda de tu andar el paso hidalgo/ Y del tope de tu mano la firmeza/ Aún conservo de tu herencia la entereza/ Y es tu verbo la oración de que me valgo.
Felicidades/
Renecito
“Antes de irse, él empezó con unas cositas, criticando un poco algunas situaciones, se dejó crecer la barba; a veces se ponía pesa’o y yo quería meterle un gaznatón. Me aguantaba, porque delante de mí, ni él ni nadie puede hablar en contra de la Revolución. No llegamos a tener un enfrentamiento porque íbamos a romper definitivamente, pero yo por la Revolución rompo con quien sea”.
También hubo otro momento muy duro para Cándido. “Yo estaba trabajando cuando fueron a decirme que lo habían cogido preso, era el 15 de septiembre de 1998. Fue una mezcla de alegría y dolor, fue un impacto del carajo tener un hijo preso conociendo ese lugar. “Por otro lado, lo que tú más o menos imaginabas, se te da: tu hijo es revolucionario y está ahí por la Revolución. Es una mezcla difícil de descifrar, pero estaba más contento que disgustado, de verdad. Saber que está ahí por una causa.Cuando sacas la cuenta de tantos hombres que a través de la historia y de este proceso revolucionario han muerto, podemos sentirnos satisfechos de que está vivo y de que lo podemos ver aunque sea una vez al año.
“Un revolucionario tiene que ser consecuente; si Rene es así con su posición y su ideología, estoy satisfecho; lo que no hubiera querido es que fuera al revés; ante la posición de Gerardo, Fernando, Ramón, Tony y Rene, me siento fortalecido. Tanto Irma como yo nunca hemos aspirado a nada personal, hemos cumplido con la Revolución en todos los momentos que nos ha tocado; a él lo que le toca es eso.
“Y tengo una convicción: las madres de estos muchachos son madres de verdad, extraordinarias, lo han demostrado toda su vida, pero en estos nueve años se han crecido”.
EL EJEMPLO QUE LO HA INSPIRADO
La mejor herencia que tiene René González Sehwerert es el patriotismo y los valores que le inculcaron sus padres. Así lo confirmó un día desde la prisión: “... llegue un beso al hombre que más he querido siempre imitar, y cuyo ejemplo ha inspirado cada uno de los pasos que en mi vida más me enorgullecen”.
A Cándido siempre le gustó estar en familia; esa unidad es imprescindible, y ha mantenido siempre las mejores relaciones con todos sus hijos y con cada una de sus familias. “Mi forma de ser no se limita a la familia, nunca he tolerado las divisiones, parece que fue la crianza que recibí en mi casa, me gusta la gente del barrio, la unidad del negro y el blanco; nunca me gustó el abuso ni la injusticia y mucho menos la sociedad en la que vivíamos.
Esas cosas parecen que fueron pasando a los muchachos sin decírselo, y las escuelas también ayudaron en la formación de ellos”.
Mas Cándido, quien se declara un sentimental, expresa: “Durante los meses que Rene y sus compañeros estuvieron en el hueco, pensaba en él como pienso ahora, pero se me va por encima el sentimiento de que está cumpliendo con su deber”.
Nos comenta que René tiene mucho trabajo en la prisión, que dedica gran parte del tiempo a contestar la correspondencia y que cuando le escribe a sus hijas Irmita e Ivette, les dice que no vayan a pensar que por ser hijas de él tienen que tener privilegios; les pone el ejemplo de Jesús Suárez Gayol y de los otros hombres de la guerrilla del Che que murieron; eso no les da ningún derecho.
Con mucha alegría Cándido recuerda ahora el día en que vio por primera vez a su hijo en prisión: “Iba pensando que me iba a echar a llorar... —Irma y yo estábamos igual—. Hacía 11 años que no lo veía, y René salió por aquella puerta con los brazos abiertos, como si viniera de jugar a la pelota, de una fiesta, con una gran sonrisa y nos animó.
“Empezamos a hablar, imagínate todo lo que había que hablar y es lo que él dice: ‘esta gente no me pone el pie arriba, voy a salir mejor que como entré, tanto física como mentalmente’.
“Cuando salieron del hueco, después de 17 meses, hablamos por teléfono y me dijo: ‘Oye, compadre, estaba en un hotel cinco estrellas’. La segunda vez salió igual, me dijo: ‘compadre, ya yo me estaba acostumbrando al hueco’... él dice cosas de allá para acá y yo se las digo de aquí para allá. Él sigue igual que los demás. Con los Cinco no hay arreglo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario