Dirigido a mostrar una recompilación de gran parte de la memoria histórica de los hechos que acontecieron desde junio 1998 hasta la actualidad en las familias de los Cinco Héroes de la República de Cuba presos injustamente en cárceles de los EEUU, en su reclamo de justicia-libertad, regreso a la Patria y a sus hogares.
domingo, 29 de enero de 2012
“Cuba pensó en todos, no solo en sus propios hijos”. 2011
Magali Llort y Damaris Lucena en el Memorial de la Resistencia de Sao Paulo
No habían podido conversar personalmente con calma. Ambas estaban en el teatro del Memorial de la Resistencia en Sao Paulo, una antigua cárcel donde ahora se preserva la memoria de las víctimas de la dictadura en Brasil. Justo en el piso inferior del teatro donde ellas se encontraban, se han preservado las celdas en las que cientos de hombres y mujeres vivieron los horrores de la tortura y del presidio político, y muchos no salieron de allí con vida. Otros, que lograron escapar del infierno, están sentados en las butacas. Hay, además, una circunstancia adicional que los une: Cuba los acogió como exiliados y no hay palabras ni lágrimas suficientes para agradecer el gesto salvador de la Isla, en el momento más dramático de sus vidas.
Con este encuentro ha cerrado la XIX Convención Nacional de Solidaridad con Cuba, que durante tres días se celebró en Sao Paulo. Damaris Lucena y Magali Llort, ubicadas en los extremos de la mesa presidencial, fueron dos de los siete penalistas que intervinieron en la mañana del domingo. Cada una contó una parte de su historia personal, directa o indirectamente relacionada con el tema central del encuentro: la solidaridad de Cuba o con Cuba.
Magali es la madre de Fernando González Llort, uno de los Cinco cubanos que sufre prisión en Estados Unidos. Damaris, exiliada en Cuba en la década del 70, es la madre de Ariston Lucena, un guerrillero que a los 18 años fue condenado a muerte en Brasil por luchar contra la dictadura, y a quien luego le fue conmutada la pena por una cadena perpetua. Damaris es, además, la viuda de Antônio Raimundo Lucena, asesinado en 1970. Los militares lo mataron frente a ella y a sus hijos. Fue arrestada, torturada y separada de sus niños, que terminaron confinados en una penitenciaría para menores de edad.
¿Qué se dirían estas dos madres si conversan a solas? La respuesta no tardó demasiado. Apenas esbozadas en el panel sus historias mutuas, ya nada impediría que hablaran entre sí. Salieron del teatro tomadas del brazo y se sentaron muy juntas en un sofá del recibidor, al pie de la escalera que conduce a los pisos inferiores del Memorial. Por la ventana de la izquierda se filtra la luz del invierno paulista, gris y lluvioso.
Damaris, que cumple 84 años en agosto y habla perfectamente el español -aprendido en su exilio en la Isla-, comenzó el diálogo del que fue testigo y grabó Cubadebate:
Damaris: Cuando salí de Brasil mi hijo estaba en la guerrilla. Poco después, en agosto, él ya estaba preso y era violentamente torturado. Al año lo condenaron a pena de muerte. Le pedí a los cubanos ayuda, y comencé escribir al Tribunal de La Haya, a las instituciones internacionales, a las personalidades que pasaban por La Habana. Incluso me entrevisté con la prima de Allende, que prometió ayudar. Debido a la presión, trasladaron a mi hijo junto con los bandidos, para que lo asesinaran. Habían uno, de 18 años, que tenía esa tarea.
Pedí clemencia a todas las organizaciones internacionales que pude y cuanto periodista aparecía. Esa situación duró como tres años, hasta que le hicieron un nuevo juicio y le revirtieron la pena por prisión perpetua. En total, estuvo diez años preso. Yo no lloraba. Me decía: si lloro, dejaré más triste a mi hijo. No tenía noticias de él. Nada, nada.
Fue la solidaridad internacional, la de los países progresistas y hasta la de muchos en Estados Unidos, lograron revertirle la pena de muerta. En 1979, con un movimiento muy fuerte internacional por la liberación de los presos políticos y con la dictadura debilitada, el gobierno militar decretó una amnistía. Cuando regresé a Brasil del exilio, ya mi hijo estaba liberado, aunque durante otros tres años tuvo que presentarse todas las semanas en la prisión.
Nosotros tenemos certeza de que los cinco muchachos van a salir, y tu hijo va a salir.
Magali: Nosotros tenemos la certeza de que lo que va a abrir la puerta de esas prisiones será la solidaridad. No confiamos en el sistema de justicia de EEUU.
Damaris: No hay que creer en los abogados, ni en ese sistema. Hay que creer en la solidaridad internacional. Todo el mundo tiene que estar en la lucha por la defensa de los muchachos. Los muchachos no son asesinos, no son bandidos, no son ladrones. Son trabajadores, progresistas, que están luchando en defensa de la humanidad.
Magali: Y ustedes, precisamente, que tanto pasaron y tanto sufrieron tras la experiencia de la dictadura, nos dan mucho ánimo. Nos dan fuerzas. Hemos visto cómo usted estuvo batallando y batallando y logró ver a su hijo fuera de la prisión.
Damaris: Mi esposo no sobrevivió, pero dejó un legado. Era amigo y admirador de Cuba. Me decía: “Yo quisiera que mis hijos estudiaran allá.” Y tuvo que dar su vida para que los hijos estudiaran en Cuba. Fue muy triste. Pero al mismo tiempo estamos muy agradecidos de que nosotros hayamos tenido la solidaridad de tu pueblo, una solidaridad más grande que la Isla. Por eso, nuestro espíritu, nuestro sacrificio, nuestra lucha en defensa del pueblo cubano no tiene tamaño.
Magali: Y no podemos cansarnos. Luchar por nuestros hijos significa luchar por los hijos de otras personas que mañana podrían verse en una situación similar. Tenemos que pensar en eso.
Damaris: Una madre en una circunstancia como esta no lucha por lograr algo individual, sino por la colectividad, por un derecho colectivo.
Magali: Así es.
Damaris: Cuba pensó en todos, no solo en sus propios hijos. Mis muchachos estudiaban en la Isla de Pinos con africanos, bolivianos, venezolanos, latinoamericanos. Había de todos los países. ¡Ay!, es una cosa muy bonita. Y yo me sentía muy feliz. Fui la persona más feliz del mundo en la Isla. Habiendo sido una mujer pobre, en la miseria, abandonada en Brasil, cuando viví en Cuba era alguien. Imagínate: ¡el Día Internacional de la Mujer, me regalaban flores! Almorcé una vez con Vilma Espín. Conocí a Celia y a Haydeé Santamaría, a quienes tengo en el corazón. Cuba es un país que no tiene tamaño para entregar solidaridad.
Señora, quiero que sepa que puede contar con nosotros para defender a los muchachos, quiero que sepa que estaremos a su lado. Yo tengo la certeza de que tú vas a regresar a Brasil y vas a traer a tu muchacho aquí.
(Texto: Rosa Miriam Elizalde. Fotos: Alberto González)
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